miércoles, 2 de diciembre de 2015

El teatro secreto de la pulsiòn. J.A. Miller. Traducción: Alejandro Olivos

EL TEATRO SECRETO DE LA PULSIÓN
Por Jacques-Alain Miller


            Serial killer, el término es  nuevo. Surge a finales de los años ’70, en Norteamérica, siendo los Estados Unidos de lejos la tierra más fecunda en asesinos en serie. Una inmensa literatura les ha sido consagrada, en donde el interés mórbido tiene por supuesto su lugar, pero también el interés público: ¿qué rasgos sería pertinente identificar para circunscribir la identidad de un “sospechoso desconocido”? ¿Cuáles serían los indicadores que permitirían reconocer la pertenencia a una serie de crímenes aislados? ¿Cómo detectar al asesino en serie antes de que pase al acto? ¿Es posible predecir, respecto de tal o cual niño, que se convertirá en asesino en serie? Estas son algunas de las interrogantes que la investigación científica se ha planteado desde hace ya unos quince años. Los expertos que han intentado responderlas son policías y psicólogos; más recientemente, se ha solicitado a la bioquímica, las neurociencias y la imaginería por resonancia magnética.

            Elementos clínicos: Las entrevistas con asesinos en serie han puesto en evidencia algunos elementos clínicos recurrentes. Por ejemplo, la “tríada MacDonald”: el serial killer en germen presentaría en la prima infancia tres marcadores sintomáticos asociados: la enuresis, la piromanía y la crueldad hacia los animales. Se señala a menudo las perturbaciones de la relación con la madre: relación incestuosa y marcada por el sadismo, con una madre calificada de monstruosa. Se le atribuye el ASPD (Antisocial Personality Disorder - Trastorno antisocial de la personalidad), que agrupa a sujetos irresponsables, impulsivos, intolerantes a toda frustración, carentes de empatía y afecto, manipuladores, despreciando y transgrediendo las reglas de la vida en común, las normas sociales, los códigos culturales, los derechos y los sentimientos de los demás. Sin embargo, no todos estos sujetos se convierten en asesinos en serie.
            De hecho, el saber más consolidado es de orden tipológico, según las normas de la FBI Academy de Quantico. Para ser reconocido como serial killer en el sentido del FBI, es preciso haber asesinado al menos tres personas en el transcurso de al menos tres episodios distintos a lo largo del tiempo. Se enfatiza el lapso de tiempo que debe separar un acontecimiento del siguiente. El concepto de serie exige en efecto que las acciones criminales en cuestión constituyan, cada una de ellas, una unidad de acto, aislable como tal. El intervalo temporal se supone como estando ocupado por un cooling-off (enfriamiento) que interrumpe el continuum emocional del acto.
Cuando no hay discontinuidad temporal y emocional, no se trata de serial killing, sino de mass murder. El mass murderer asesina al menos cuatro personas en el mismo lugar y al mismo tiempo, o durante un lapso corto de tiempo, de manera que la matanza constituye un solo y mismo acontecimiento. La frecuencia de estos mass murders está en constante aumento en todo el mundo desde los años ‘80, especialmente en los Estados Unidos.                     

            “Lobo solitario”: Hace ya unos quince años, el sociólogo Denis Duclos veía en los hate crimes —crímenes de odio— contra miembros de comunidades étnicas, religiosas, sexuales, nacionales y sociales, los “síntomas de una sociedad norte-americana fragmentada” por la dimisión del Estado. Ahora bien, dichos crímenes han dejado de ser excepcionales en Europa. A partir de la tercera, las tres matanzas del “asesino del scooter” han sido interpretadas de la misma manera: como hate crimes racistas contra sujetos considerados como contaminadores de la identidad nacional.
            El acontecimiento resuena evidentemente con el reciente mass murderer noruego: se sospecha también en este caso una personalidad paranoica del tipo “lobo solitario”, cuyas fechorías son las más difíciles de anticipar. Se especulará durante mucho tiempo sobre los elementos sociales y culturales que lo habrían influenciado: la campaña electoral, en primer lugar, con las pasiones que desencadena; luego, y de una manera más general, los fantasmas de pureza, la xenofobia declarada o encubierta. Es un hecho que, ahí donde la izquierda de la izquierda espera insurrecciones colectivas, las ideologías de extrema derecha alaban y alimentan de buena gana el heroísmo individual del odio.
            El odio es la más intensa de las pasiones. El amor concierne las apariencias, mientras que el odio es radical: apunta al ser. Puede llegar a abrochar [agrafer] todo el universo mental de un sujeto, supliendo de este modo el agujero abierto de su psicosis. Cuando este odio pasa al acto con niños pequeños, el teatro secreto de la pulsión se revela como “teatro de la crueldad” (Antonin Artaud). Surge entonces “el terror, el horror, el escalofrío sagrado”. Ya que cada uno de nosotros, por mucha compasión que pueda sentir, es también solicitado en su parte irreductible de inhumanidad, sin la cual no hay humanidad que se sostenga.


Artículo publicado en la revista semanal francesa “Le Point” del 22 de marzo del 2012
Traducción de Alejandro Olivos

             

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