EL TEATRO SECRETO DE LA PULSIÓN
Por Jacques-Alain Miller
Serial killer, el término es nuevo. Surge a
finales de los años ’70, en Norteamérica, siendo los Estados Unidos de lejos la
tierra más fecunda en asesinos en serie. Una inmensa literatura les ha sido
consagrada, en donde el interés mórbido tiene por supuesto su lugar, pero
también el interés público: ¿qué rasgos sería pertinente identificar para
circunscribir la identidad de un “sospechoso desconocido”? ¿Cuáles serían los
indicadores que permitirían reconocer la pertenencia a una serie de crímenes
aislados? ¿Cómo detectar al asesino en serie antes de que pase al acto? ¿Es
posible predecir, respecto de tal o cual niño, que se convertirá en asesino en
serie? Estas son algunas de las interrogantes que la investigación científica
se ha planteado desde hace ya unos quince años. Los expertos que han intentado
responderlas son policías y psicólogos; más recientemente, se ha solicitado a
la bioquímica, las neurociencias y la imaginería por resonancia magnética.
Elementos
clínicos: Las entrevistas con asesinos en serie han puesto en evidencia
algunos elementos clínicos recurrentes. Por ejemplo, la “tríada MacDonald”: el serial killer en germen presentaría en
la prima infancia tres marcadores sintomáticos asociados: la enuresis, la
piromanía y la crueldad hacia los animales. Se señala a menudo las
perturbaciones de la relación con la madre: relación incestuosa y marcada por
el sadismo, con una madre calificada de monstruosa. Se le atribuye el ASPD (Antisocial
Personality Disorder - Trastorno antisocial de la personalidad), que agrupa a sujetos
irresponsables, impulsivos, intolerantes a toda frustración, carentes de
empatía y afecto, manipuladores, despreciando y transgrediendo las reglas de la
vida en común, las normas sociales, los códigos culturales, los derechos y los
sentimientos de los demás. Sin embargo, no todos estos sujetos se convierten en
asesinos en serie.
De hecho, el saber más consolidado
es de orden tipológico, según las normas de la FBI Academy de Quantico. Para
ser reconocido como serial killer en
el sentido del FBI, es preciso haber asesinado al menos tres personas en el
transcurso de al menos tres episodios distintos a lo largo del tiempo. Se
enfatiza el lapso de tiempo que debe separar un acontecimiento del siguiente.
El concepto de serie exige en efecto que las acciones criminales en cuestión
constituyan, cada una de ellas, una unidad de acto, aislable como tal. El
intervalo temporal se supone como estando ocupado por un cooling-off (enfriamiento) que interrumpe el continuum emocional
del acto.
Cuando
no hay discontinuidad temporal y emocional, no se trata de serial killing, sino de mass
murder. El mass murderer asesina
al menos cuatro personas en el mismo lugar y al mismo tiempo, o durante un
lapso corto de tiempo, de manera que la matanza constituye un solo y mismo acontecimiento.
La frecuencia de estos mass murders
está en constante aumento en todo el mundo desde los años ‘80, especialmente en
los Estados Unidos.
“Lobo solitario”: Hace ya unos quince
años, el sociólogo Denis Duclos veía en los hate
crimes —crímenes de odio— contra miembros de comunidades étnicas,
religiosas, sexuales, nacionales y sociales, los “síntomas de una sociedad norte-americana fragmentada” por la
dimisión del Estado. Ahora bien, dichos crímenes han dejado de ser excepcionales
en Europa. A partir de la tercera, las tres matanzas del “asesino del scooter”
han sido interpretadas de la misma manera: como hate crimes racistas contra sujetos considerados como
contaminadores de la identidad nacional.
El acontecimiento resuena
evidentemente con el reciente mass
murderer noruego: se sospecha también en este caso una personalidad
paranoica del tipo “lobo solitario”, cuyas fechorías son las más difíciles de
anticipar. Se especulará durante mucho tiempo sobre los elementos sociales y
culturales que lo habrían influenciado: la campaña electoral, en primer lugar,
con las pasiones que desencadena; luego, y de una manera más general, los
fantasmas de pureza, la xenofobia declarada o encubierta. Es un hecho que, ahí
donde la izquierda de la izquierda espera insurrecciones colectivas, las
ideologías de extrema derecha alaban y alimentan de buena gana el heroísmo
individual del odio.
El odio es la más intensa de las
pasiones. El amor concierne las apariencias, mientras que el odio es radical:
apunta al ser. Puede llegar a abrochar [agrafer]
todo el universo mental de un sujeto, supliendo de este modo el agujero abierto
de su psicosis. Cuando este odio pasa al acto con niños pequeños, el teatro
secreto de la pulsión se revela como “teatro
de la crueldad” (Antonin Artaud). Surge entonces “el terror, el horror, el escalofrío sagrado”. Ya que cada uno de
nosotros, por mucha compasión que pueda sentir, es también solicitado en su
parte irreductible de inhumanidad, sin la cual no hay humanidad que se
sostenga.
Artículo
publicado en la revista semanal francesa “Le
Point” del 22 de marzo del 2012
Traducción
de Alejandro Olivos
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