domingo, 17 de abril de 2011

Presentación libro de L. Salomone por Ana Viganó


Presentación: El amor es vacío de Luis Salomone
Por Ana Viganó.
Facultad de Filosofía y Letras UNAM, México D.F., 1 de abril de 2011. 
Tuve la suerte de estar en la presentación del libro que se hizo en Buenos Aires, en la que participaron Ernesto Sinatra y Mónica Torres, con hermosos textos. (El de Mónica Torres pueden leerlo pues lo publicamos en el último Radar, que salió ayer. Y veremos cómo darles a conocer el de Ernesto Sinatra en estos días) Allí, además de recibir la donación a través de la editora -Alejandra Glaze de Grama a quien le agradecemos igual que a ti-, de un ejemplar para la Biblioteca, tuve ocasión de comprar mi libro y de que Luis amablemente me lo dedicara. En la dedicatoria, además del afecto de rigor en estos casos, señala -como un deseo-, que hablemos de muchos temas, y por supuesto, de amor. Como suele decirse por ahí: Cuidado con lo que deseas, Luis, porque puede cumplirse!! Y aquí estamos!
Por eso más que presentación del libro El amor es vacío, que de todas formas hacemos – me recuerda el famoso cuadro de Magritte Esto no es una pipa… Digamos parafraseando: “esto no es una presentación del libro”-  nos propusimos  una conversación sobre amor y psicoanálisis.
 Pero, como “ esto no es una presentación del libro”, primero les voy a comentar algunas cosas que me pasaron con este libro cuando lo leí. La primera, algo que realmente quería comprobar puesto que me lo habían anunciado algunos lectores que ya habían tenido la experiencia, es que leí el libro de una vez, cosa que no es siempre tan común con libros de psicoanálisis. Y no sólo porque el tema me interesara, sino porque Luis tiene la habilidad en su escritura –y los que estuvieron esta mañana en la UACM o ahora en este intercambio que tendremos en la UNAM podrán ver también que esa habilidad está en su manera de hablar- de ir llevando sus reflexiones, sus argumentaciones, sus ideas, de manera sólida pero muy fluida, valga el oxímoron. Sin perder consistencia en aquello que quiere trasmitir, tiene como recurso una claridad de estilo -amenizando su relato con múltiples lecturas e intereses que Luis sin dudas tiene y comparte- que hacen que la cosa vaya sucediendo página a página, mientras se avanza casi sin que uno se dé cuenta, hasta el final. Y ahí nos quedamos aún con ganas de más… Por  suerte!! 
 Después de la cita de Lacan y unas palabras de Judith Miller que bajo el título Una lectora figuran como prólogo, Luis nos da su presentación, la del libro y la suya propia, pues empieza con este párrafo: “ Mis amigos de entonces, cuando nos reunimos, suelen recordar la cara que puse cuando conocí el mar. Al pisarlo, como una forma de recibirme, me trajo una botella con un mensaje. Cuando la abrí entusiasmado y saqué el papel, éste resultó ilegible. El agua había borrado un solitario intento de comunicación. Sólo algunas letras permitían adivinar la palabra amor. Nadie podría leer ese mensaje.”
 Me gustó este inicio, porque además de señalar el modo, que se va a mantener como enunciación a lo largo del libro, modo que nos hace sentir cerca del autor –podrán comprobarlo- como quien verdaderamente se hace destinatario de estas letras; además de esta cuestión, me evocó un contrapunto con una noticia que leí en los últimos días y que pone en tensión justamente el modo que tiene el psicoanálisis de vérselas con los avatares de las relaciones y el modo en el que la tecnología en este caso, intenta proponerse como un complemento para las cosas funcionen asegurando por así decirlo la comunicación. Se trata de la noticia de que un jovencito ruso de 13 años de edad encontró, caminado por la playa de Kaliningrado, una botella con un mensaje en su interior escrita por un tal Frank, alemán él, hace 24 años! El mensaje, que sí se pudo leer, decía:
"Mi nombre es Frank, y tengo cinco años de edad. Mi papá y yo viajamos en un barco a Dinamarca  Si usted encuentra esta carta, por favor, contésteme, y yo le voy a escribir de nuevo a usted"
El joven le escribió. Frank ya no vivía allí, pero sí sus padres. Y se inició el contacto. Es interesante porque este ya adulto, de 29 años, apenas recordaba el hecho de haber escrito esa carta. Quién sabe para quién estaba escrita… Pero aún así, le pareció una historia sorprendente, que valía la pena seguir, por lo que se comunicaron por videoconferencia, chatean, son amigos en Facebook y no sé cuántas cosas más. Y por supuesto los medios están encima corroborando este encuentro-noticia!
 Otra razón por la que me detengo en este párrafo es sin dudas una razón personal, pero que me ha llevado por hermosos derroteros de pensamiento, amasados de recuerdos, asociaciones y amores que me han valido un plus adicional que agradezco también a Luis y a esta lectura. Uno de los primeros regalos amorosos, entre la infancia y la adolescencia, en ese tiempo entre-tiempos, fue un libro que se llamaba El niño que soñaba el mar. Y más allá de lo que a mí me ha evocado, recordé –y fui a buscar- un texto pequeñito, un relato muy breve, que encontré en un libro de Eduardo Galeano y que se llama El libro de los abrazos:
 La función del arte /1
Diego no conocía la mar. El padre, Santiago Kovadloff, lo llevó a descubrirla.
 Viajaron al sur.
 Ella, la mar, estaba más allá de los altos médanos, esperando.
Cuando el niño y su padre alcanzaron por fin aquellas dunas de arena, después de mucho caminar, la mar estalló ante sus ojos. Y fue tanta la inmensidad de la mar, y tanto su fulgor que el niño quedó mudo de hermosura.
 Y cuando por fin consiguió hablar, temblando, tartamudeando, pidió a su padre 
-¡Ayúdame a mirar
La mar, su nombre de mujer, anticipa lo que será el eje de todo el trabajo, como una tesis: El amor existe porque la mujer no existe.
No se trata de leer el mensaje y esperar una contrapartida acomodada, justa, retributiva. Se trata más bien de hacer de eso ilegible alguna cosa legible que bien puede ser “amor”, como pudo leer Luis en el mensaje que recibió.
Será así ya no el encuentro perfecto que no existe, pero sí algún encuentro posible, entre la disposición y la contingencia.
Luis retoma distintos autores, poetas, cantantes, filósofos, psicoanalistas, humoristas y su propia experiencia personal y clínica para pasearnos por este camino del amor vacío. Hablará de amores y desamores, de repeticiones y creaciones, de matrimonios y apuestas, de la ética del soltero y ciertas soledades, de celos y de infidelidades, amores locos, que matan, que estragan, y algún otro tipo de amor posible.
Como buen argentino y amante del tango, no faltarán algunas letras tangueras que iluminan desde esa “canción de ausencia”, un vacío que se contornea.
Aquí también me he sentido concernida. Me gustó recordar algunos de los tangos que allí mencionas. Pero como también tengo el “corazón partido”, se me ocurría que aquí podíamos también hablar del bolero, esa canción de amor tan mexicana. Se los dejo a ustedes, para la conversación.
 El amor es vacío es un libro en el que podrán aprender muchas cosas, pero tiene el particular encanto de que les permitirá reconocerse, aquí allá, en el algún rincón… Me pasó. Seguramente les va a pasar. Es un libro que impulsa a seguir leyendo, pero también a seguir hablando, escribiendo, y más aún atizando amores...
Quisiera compartir un fragmento de un poema que vino a mi memoria al pensar estas palabras. Es un poema muy conocido, de un poeta mexicano:
 Los amorosos, de Jaime Sabines (fragmento)
 Los amorosos callan.
El amor es el silencio más fino,
el más tenebroso, el más insoportable.
 Los amorosos buscan,
 los amorosos son los que abandonan,  son los que cambian, los que olvidan.
 Su corazón les dice que nunca han de encontrar, no encuentran, buscan.
Los amorosos andan como locos porque están solos, solos, solos,  entregándose, dándose a cada rato, llorando porque no salvan al amor.
 Les preocupa el amor. Los amorosos viven al día, no pueden hacer más, no saben.
 Siempre se están yendo, siempre, hacia alguna parte.
 Esperan, no esperan nada, pero esperan.
 Saben que nunca han de encontrar.
 El amor es la prórroga perpetua, siempre el paso siguiente, el otro, el otro.
 Los amorosos son los insaciables,  los que siempre -¡qué bueno!- han de estar solos.
[…]
Vacíos, pero vacíos de una a otra costilla, la muerte les fermenta detrás de los ojos,  y ellos caminan, lloran hasta la madrugada  en que trenes y gallos se despiden dolorosamente.
Les llega a veces un olor a tierra recién nacida,  a mujeres que duermen con la mano en el sexo, complacidas.
A arroyos de agua tierna y a cocinas.
Los amorosos se ponen a cantar entre labios una canción no aprendida.
Y se van llorando, llorando la hermosa vida.
Otro vacío es posible. Y allí está el psicoanálisis -y este libro que también nos lo recuerda. Vacío que hace posible un amor menos tonto, como Luis nos señala. Porque el amor también es un decir, que puede ser bien-dicho (o no)
Hablemos, entonces, de amor. Y apostemos por hacer de la canción inaprendible, una posible canción aprendida por y para cada uno.   El discurso analítico es hablar de amor”

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